domingo, 1 de mayo de 2016

Sólo quería abrazarte mamá, lo demás no me importa”.






Como no podía ser de otra manera, en el mes de la mujer, donde se celebra el Día de la Madres, tengo para una mujer muy importante en mi vida estos recuerdos:

Eran ya las 10 de la noche y había sonado el timbre que como todas las noches y a la misma hora, hacía sonar el  Bedel, lo que indicaba que todos los chicos (seminaristas) debían estar acostados en sus respectivas camas y en silencio en los dormitorios.

Aunque ya llevaba más de tres meses interno en aquel Seminario, Ángel, no se había adaptado ni a las clases ni a los días de visita. Éstas, eran cortas los domingos y muy tristes cuando se marchaba su madre y él se quedaba meditando e intentando alargar los recuerdos de aquella hora de domingo.

Si todas las noches, se acostaba para dormir después de sus oraciones, esa noche, le resultaba difícil. No era una noche cualquiera, era La Noche.

Era Noviembre y hasta Enero no cumplía los 11 años, era un niño todavía, muy retraído y como dirían hoy, “con mucha vida interior.”

Esa noche, la había preparado mentalmente, había tomado una gran decisión, iba a escapar del seminario mientras los demás dormían e iría a casa de sus padres que se encontraban en la misma ciudad y a unos 5 kilómetros del Colegio Seminario, donde se encontraba en régimen de interno.

Aunque la decisión la había tomado esa misma tarde, durante el rezo del rosario, que entonces, se hacía, si el tiempo lo permitía, paseando por el campo de deportes, ya eran varias semanas que por distintas razones no había podido ver a su madre…

Entre oración y oración, paseaba por el campo de deportes, con los brazos recogidos y las palmas de las manos juntas en señal de oración. Xabier, repasaba cada uno de los momentos que deberá vivir, una vez tomada la decisión de salir por la noche, saltar el muro y seguir a la carrera hasta llegar a casa de sus padres.

Xabier, tenía amigos, como Johann, pero era una decisión personal la que había tomado y no quería perjudicar a sus amigos y menos, que éstos le quitaran la idea de la cabeza.

Tanto la merienda, como la cena no fue de su agrado, se encontraba muy nervioso y esto le restó el apetito.

Conforme llegaba la hora del “silencio”, las 10 de la noche, el chico sentía como le latía el corazón con un ritmo diferente, hasta parecía que le retumbaba el sonido en los oídos, como unos golpes de martillos contra un yunque. De no ser tan retraído, alguien lo habría notado y quizá el plan no lo habría llevado a cabo.

Habrían pasado unos 40 minutos desde el timbrazo (silencio) u orden de acostarse, e incluso, habían pasado tanto el Bedel como los sacerdotes encargados de cada curso escolar, que comprobaban que los alumnos estaban dormidos y a modo de recuento, estaban todos.

Una hora después, todo estaba a oscuras y además en silencio. Claro, si no tenemos en cuenta los ronquidos de Ginés, un chico muy afable de Cartagena  y que dormía en la cama de al lado.

Aún pasaron aproximadamente 30 minutos más y Nuestro chico, muy nervioso, daba vueltas y vueltas a lo que pretendía hacer, e incluso tuvo dudas…y hasta pensó dejarlo para otro día.

Era entonces, en esos momentos de debilidad cuando, una fuerza muy grande que le salía desde dentro, desde el corazón, le daba fuerzas para llevar a cabo esas decisiones que de antemano había tomado.

LA HUIDA




Lo había visto una y otra vez, casi treinta veces, en la película de François Truffaut , “Los 400 golpes”, ya que se había proyectado en el Seminario en tantas otras ocasiones. En ella, el protagonista de la película francesa, de aproximadamente la edad de Angelito, cogía la almohada y la tapaba con la manta y la colcha y así simulaba el cuerpo de un niño acostado y tapado. Y así lo hizo, pensó que nadie le echaría en falta, sólo faltaba cruzar cerca de la portería donde se encontraría el Bedel.

Mientras en la película, el protagonista huía de aquel internado (reformatorio), no un Seminario, y su meta era llegar hasta ver la mar… para nuestro chico, su meta era llegar a casa y ver a su madre.

Antes, cruzó despacio el dormitorio, como se había acostado con la ropa de la calle puesta, no tendría que hacer ruido de taquillas.

De repente, se paró cerca de la portería, había una luz tenue, la que le servía al Bedel para leer y a la vez no le molestaba si se daba alguna cabezada “reparadora”. Angelito, no apreciaba ningún movimiento, sólo escuchaba de fondo la radio encendida de la portería. Aguardó unos minutos que se les hicieron muy largos y demasiados calurosos, ya que de los nervios no paraba de sudar.

Mientras esperaba, tuvo otro momento de debilidad, pensó “si me pillan me echan del Seminario y en casa me castigarán y mis padres nunca me lo perdonaran”…

Pero siempre, salía esa fuerza interior que le apoyaba y empujaba a seguir. En eso, que observó como el Bedel salía de la portería y se dirigía hacia las escaleras que le llevaban a la primera planta.

Gracias a Dios!, murmuró el chico y hasta se santiguó, ese era el gran momento. Por lo tanto, corrió de puntillas para no hacer ruido y cruzó el hall y la portería y salió del edificio. Sin dejar de correr saltó para encaramarse al muro y de primeras resbaló y cayó al suelo, sólo eran unos rasguños de nada.

Se volvió a levantar y esta vez con más carrera y decisión, consiguió con su salto encaramarse al muro que bordeaba el recinto y una vez arriba, se descolgó por el otro lado que daba a la calle.


CAMINO DE CASA



La ciudad estaba tranquila, hacía una noche fría propia del otoño del interior berlinés  y había poca gente por las calles, eran más de las 11 de la noche y eran los 70. Tampoco era una hora punta, aunque para Angelito, que sólo miraba hacia el frente y con paso ligero, la gente o el tráfico, parecía que no les importara o no iban con él.

En su marcha, sólo veía pasar por sus costados, escaparates, coches, árboles del paseo, algún motociclista, pocos peatones… como cuando miraba a través de las ventanillas de un coche y veía pasar todo ello por un lado u otro, eso pensaba él.

Al fondo se vislumbraba el Parque de Floridablanca, con los árboles muy altos y, frondosos y a la vez muy oscuros. Había pocas luces y éstas eran de poca potencia. En otras ocasiones, habría pasado un poco de miedo. Aún así, cruzó el parque en menos de cinco minutos y al salir vio al frente la farola de luz amarilla, que tan bien conocía, que indicaba donde estaba la calle donde se encontraba su casa con sus padres... su madre.


EN CASA

                               


Nuestro chico, había entrado en la calle donde se encontraba su casa e iba caminando y aminorando la marcha, conforme se acercaba a casa, las piernas le temblaban, le entraban dudas, se le secaba la boca y hasta empezaba a tener miedo.

Era la hora de la verdad, estaba frente a casa y pensó que se le caía todo encima. Su padre, don Justo, le echaría la gran bronca y probablemente le “calentarían” el culo con algunos azotes…

Fueron tres minutos muy largos frente a la puerta de casa y por fin, decidió aporrear la puerta con los nudillos de la mano derecha, porque el timbre no funcionaba.

“Quien es?”, se oyó una voz grave desde dentro de la casa, era la voz de su padre, era pasada la media noche y estarían acostados, pensó el chico.

Se volvió a escuchar y esta vez más fuerte y cercana a la puerta “Quién es?”

Apenas le salía la voz y entre cortado, Angelito, dijo varias veces,” soy yo, Angelito, Papá, soy yo Angelito”.

Se abrió la puerta y ahí estaban sus padres. Don Justo, con el gesto fruncido, preguntó, “ Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí?

Entonces, Angelito,  se lanzó a los brazos de su madre y se puso a llorar. El padre, lo separó y lo llevó a un dormitorio y le volvió a preguntar, ¿Por qué estás aquí? ¿Qué te ha pasado?

El chico, entre lloros iba explicándose con la dificultad propia de la emoción y con ese nudo que tenía en la garganta que apenas le permitía hablar..

“Padre, hoy he saltado el muro del Seminario porque quería venir a casa”, pudo decir el chico.

“Tú estás loco?”, decía con gran enfado el padre, y lo zarandeó a la vez que le decía “¿No te das cuenta que tendrás una falta y puedes suspender y perder la beca de estudios?”. El padre, estaba indignado y profería palabras ininteligibles y en voz alta, mientras iba de un lado para otro. De verdad estaba indignado con la actitud de su hijo menor.

Mientras, la madre, mirando a su hijo con una mirada más tranquila y con voz pausada, le preguntó… Angelito, ¿Por qué has hecho esto?

El niño, la miró, rompió a llorar y lanzándose al cuello de su madre y mientras la besaba en las mejillas humedecidas por sus propias lágrimas, le decía…

“Por esto, mamá, por esto, sólo quería abrazarte mamá, lo demás no me importa”.


Gracias, Mamá, por transmitirme esos valores que han hecho de mi, en momentos puntuales, elegir el mejor camino.

Ángel